Por: Tatiana Acevedo Guerrero
El neoliberalismo no debe ser
representado como un sombrero que lo abarca todo en América Latina, pues las
políticas neoliberales no se usaron de manera uniforme ni sistemática en toda
la región. Aunque desigual, hubo un período de privatización y desregulación en
que varios países latinoamericanos, incluyendo el nuestro, reestructuraron sus funciones
económicas y sociales, produciendo nuevas regulaciones. En Colombia el proceso
de reestructuración estatal fue promovido y supervisado no sólo por
instituciones multilaterales como el Banco Mundial, sino también por agencias
de ayuda bilateral como la USAID.
En este sentido, y siguiendo las
pautas de buen gobierno con un Plan Colombia muy financiado y un mercado
abierto, distintos gobiernos subcontrataron servicios y funciones a
asociaciones público-privadas, organizaciones privadas y no gubernamentales. La
descentralización, bajo los gobiernos de Pastrana y Uribe (de fumigación
intensa hecha por contratistas extranjeros y apertura de grandes minas),
resultó paradójica, pues algunas regiones y barrios estaban bajo el control y a
merced, sin mucha regulación, de misiones y contratistas extranjeros.
Si bien con el empuje a la
descentralización los gobiernos locales ganaron el control formal de los
recursos y las elecciones políticas, también debían operar dentro de un
contexto bien particular. Actores locales adicionales como las empresas
transnacionales, la ayuda multilateral y militar o las instituciones
crediticias tenían más músculo en términos de fondos y relaciones con Bogotá.
En concreto, ejercían mucha más influencia. Aunque las comunidades locales
pueden tener más oportunidades para participar en un sentido formal, su gama de
opciones y, en consecuencia, su poder de elección ha estado restringido y
predeterminado en gran medida por empresas, caridades, militares y
organizaciones de todo tipo. Paradójicamente, los procesos de descentralización
produjeron espacios controlados por grupos armados y actores internacionales.
La minería transnacional en Colombia
es un ejemplo de este proceso: aunque la Constitución colombiana de 1991
implica políticas de descentralización que otorgan a los municipios un poder
formal, en las regiones con minas las empresas transnacionales tienen el poder
efectivo. Esto pese a la consulta previa. La Constitución introdujo el
reconocimiento como pueblo a las comunidades indígenas y les abrió la puerta a
la autodeterminación como derecho. Pese a la ley y la puesta en marcha de todo
un aparato alrededor de la consulta, se siguieron otorgando cuantiosas
concesiones a transnacionales dentro de los territorios de los pueblos indígenas.
Investigaciones que muestran el
limitado alcance de la consulta, desde los 90, han sido publicadas en los
últimos años. En 2015 Figuera Vargas y Ariza Lascarro pusieron en duda, tras
una investigación de archivo, la existencia de un verdadero pluralismo jurídico
que garantice el derecho a la libre determinación de los pueblos indígenas. En
2014, Mena Valencia y Cuesta Hinestroza concluyeron que la consulta previa no
era un medio apropiado para proteger los derechos constitucionales de las
comunidades negras en el proceso de concesión de licencias ambientales en
Chocó.
En el 2011 Rodríguez concluyó, tras
un trabajo de archivo desde 1991, que tanto en las decisiones ejecutivas como
en los pronunciamientos de la Corte Constitucional, “se notaba un marcado
desconocimiento de los derechos de los pueblos indígenas y demás grupos
étnicos”. Los procedimientos de consulta previa, afirmó, “no han sido los más
adecuados y no se ha tenido presente que la consulta previa debe realizarse
teniendo en cuenta la representación y la autoridad de las comunidades”.
Aun así, tras el boom minero y la
hora loca del petróleo (que acabó hace no más de cinco años), muchos
colombianos sienten que la consulta se salió de madre. Y que grupos étnicos “se
aprovecharon de la ley”. Esto tiene que ver con que los obstáculos atravesados
por la consulta previa a mineras, hidroeléctricas y funcionarios ambientales
siempre parecieron un regalo. Un favor a los indígenas que, al demorarse y
negociar y dividirse (y todos los bemoles que implican la acción colectiva)
estaban siendo “desagradecidos”. Lo que es un derecho fue considerado una
deferencia.
El Espectador, Com
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